viernes, 31 de julio de 2009

El camino está asfaltado, he bordeado el muro contra el que estrellarme.

La esperanza dicen que es lo último que se pierde. La esperanza, en realidad, es lo primero que se pierde, los sueños, la fe en que lo imposible sea cierto.
Nos queda la realidad a veces dulce, casi siempre amarga.
Nos quedan bastones tallados en los cuerpos de los amigos, columnas vertebrales de las que salen docenas de brazos que te impiden caer.
Me queda una taza con café hecho hace varias horas, un café frío que me ayuda a despertar, a recomponer las neuronas que hilan mis pensamientos, a reordenar las palabras que rebotan en mi cráneo.
Tengo el primer cigarrillo del día que me hace toser, el segundo que es el que realmente disfruto.
Folios en blanco, el disco duro del ordenador, letras por escribir.
Me queda mi trabajo, el cansancio dulce que me produce, las sonrisas cómplices, los cristales rotos, las manos cortadas.
Tengo aún algunas botellas de vino guardadas para ser abiertas, latas de cerveza bien guardadas en frío, nada de hielo en la nevera, pastillas contra la resaca.
Me quedan métodos, teorías que poner en práctica. Tengo ahora razones para olvidar. Perdida la esperanza, traducida en nada, todo se vuelve más fácil, más llano.

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