viernes, 31 de octubre de 2008

El disfraz

La máscara que huele a ropa vieja.

La máscara que duele arrancar a tiras.

Cada cual lucha como quiere o como puede por quitarse la careta o por mantener la máscara.

Nací con un disfraz que no pedí, que me regaló no se quien, con el que me vieron por primera vez.

El disfraz me persigue.

Los niños no tienen disfraz, o no son conscientes de llevarlo, son puros, o inconscientes, no saben, no pelean por no saber, no tienen nada que quitarse, nada les sobra, nada les falta: son.

Luego crecen, ven sus fantasmas, descubren sus miedos, los tapan con sábanas que se les pega al cuerpo, amarillean, transparentan, hasta que quedan pegadas a la epidermis como corazas que muestran músculos inexistentes: es el disfraz.

Demasiado pronto lo sentí, no lo vi., fui consciente de llevarlo, de tenerlo puesto, me pregunté en un deslumbrante sobresalto ¿de dónde ha salido?

No nació de los poros de mi piel, no surgió de mi inseguridad: mis incertidumbres existían por él, no era nada de mí, era todo mi yo.

Mirar de reojo, con los ojos bizcos, mirando lo que no debía.

La vida es el disfraz que todos los días llevamos puesto, no el disfraz de carnaval, en carnaval mostramos lo que somos: El rey se vuelve puta; la puta, señora; la señora, niña; y la niña…

Sería difícil quitar el antifaz, arrancarnos la máscara, mostrarnos en los huesos sanguinolentos, la fealdad intrínseca.

Somos nuestros fantasmas, miedos inefables que no revelamos.

Somos valientes, caballeros cristianos sin fe, rebeldes temerarios.

Los muertos dan miedo, han perdido el disfraz, los veintiún gramos marcan el peso exacto de la máscara tatuada.

Cuando morimos perdemos el disfraz.

El fantasma es el muerto cobarde, vuelve noche tras noche, día a día a buscar su ropaje.

Su viuda viste de negro para confundirse con las sombras, se esconde, tiene miedo de que le quite su antifaz.

Adán y Eva pecaron, se disfrazaron para burlar a Dios, todo su linaje nace disfrazado, nos confunden cuando pecamos.

El lobo con piel de cordero. Somos lobos. Célebres “homo homini lupus”.

Serpientes bípedas que muerden sierpes de dos pies, que ofrecen semejantes.

Minotauros sin cuerpo de hombre, sólo con cuerpo de hombre.

Y queremos ser lobos, quitarnos la piel de cordero. Ser reptiles, arrastrarnos. Dejar el laberinto, matar a Teseo, violar a Ariadna.

Y queremos ser lo que somos. Extirparnos el disfraz, la máscara, el antifaz. Acabar con la raza. Crear monstruos libres: sin piel, sin sexo, sin carne, sin huesos, sin alma, sin cuerpo. 
 

jueves, 30 de octubre de 2008

Desembarco

He dejado la piratería. He buscado un empleo honrado. No he tenido suerte: lo he encontrado.
Los sueños de navegar por mares de letras de hace unos meses se han difuminado, perdido.
Comienzo una nueva vida sin bandera que defender, sin barco que capitanear. Ahora soy una grumete sin nave a las órdenes de otros.
He dejado el mar y he regresado a Sevilla, cuyo río se me parece poco más que un hilo de agua, ya no arriaré más velas ni mandaré a limpiar la cubierta.
Me he reencontrado con algunos antiguos compañeros que se han reciclado, como yo, en meros trabajadores sin aura de elegancia.
Hoy el tiempo es frío, el viento cala sin humedad, quizás llueva, pero yo he de trabajar sea el clima benefactor o inclemente.
Pienso demasiado en la muerte, mi tía murió hace pocos días. Es miedo a la soledad lo que siento. Mis amigos y familia se están yendo poco a poco a un lugar incierto para el que no venden billetes de avión, no puedo visitarlos más.
No sé que me queda a excepción de estas palabras, que no son siquiera mías.

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