martes, 18 de noviembre de 2008

Sigo sin vender mi tiempo.

Las mañanas están llenas de vida pero vacías de sifnificado. Las oficinas abarrotadas no dejan pasar el aire y asfixian, las calles son fantasmas sin sábanas y los bares huecos que no se rellenan.
Sólo los camareros no son esclavos del tiempo: los fines de semana no determinan su vida, los lunes no son un principio de hastío. Sólo los camareros no han sucumbido a los hombres grises, no han vendido su vida para poder ganar más.
Soy de una especie extraña casi en extinción, apenas quedan ya de los míos, pero sabemos reconocernos, y todos han sido, son o serán camareros. Somos una raza espiritual que encuentra la calma en la felicidad del otro, trabajamos en el difícil y antiguo arte de vender sonrisas, ya sea en un escenario, a través de un texto o tras una barra.
Los camareros somos aquellos que trabajamos mientra el resto se divierten, y sólo los de mi linaje somos capaces de hacerlo mientras sonreímos.

No hay comentarios:

Seguidores