miércoles, 17 de febrero de 2010

Nunca he escrito bien envuelta en felicidad. Siempre he sido en este estado demasiado cursi para ser poeta, demasiado romántica para narrar. Emmanuelle me arranca sonrisas sin saberlo. Al levantarme, con los ojos aún llenos de telarañas, ladeo la cabeza, alzo las comisuras de los labios, mientras la recuerdo. Los sueños de la noche todavía pueblan mi cabeza.
Tengo desde hace días una percepción extraña del tiempo. Los días se hacen largos por la ausencia, por el deseo de volver a verla. Los minutos pasan demasiado rápidos cuando el hilo telefónico nos permite una artificial sensación de cercanía.
Las camisas han dejado de mancharse de sangre o al menos la mancha se quita con facilidad. Estoy curando heridas, borrando cicatrices, venciendo miedos... Sé que es un trabajo que sólo me incumbe a mi, pero un poco de ayuda siempre se agradece.

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