jueves, 18 de febrero de 2010

Hacia Otóntoron.

Cuando empecé a leer de pequeña me sumergí en el mundo de Fantasía, Ende conquistó mi vida, me convirtió en subdita de la hija de la luna, me hizo odiar la Nada. Cuando fui creciendo el pueblo mítico de Macondo sustituyó a Fantasía, era más verosímil, pero igual de mentira... la ficción seguía proporcionándome lugares para soñar.
Cuando creces olvidas los países de Nuncajamás, olvidas girar a la derecha en la segunda estrella y seguir volando todo recto hasta el amanecer... De mayores volamos en aviones metálicos a Roma, a París, encerramos la magia para hacerla real, para poder creerla.
Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparecen lugares donde no podemos ir, son ellos los que vienen; en ocasiones surgen de nuevo sitios con los que soñar.

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