sábado, 10 de enero de 2009

Un día para olvidar.

Ayer hizo frío, demasiado frío. Ayer, al salir del tanatorio, los coches estaban cubiertos de escarcha, los termómetros marcaban grados en negativo. Era una madrugada helada. Atrás quedaban los familiares con el corazón aún más frío, más dolorido. También la naturaleza ayer se puso de luto, con el cielo negro, con el tiempo inclemente.
Las luces de la ciudad se veían a lo lejos amarillas y tristes, tétricas y fantasmales. Fumar un cigarro con las manos ateridas y el viento golpeando la cara era un acto al alcance de los más valientes, un reto que tuve que aceptar varias veces en la noche.
Ayer fue un día de luto, un día oscuro, una noche en vela. Los vivos nos mantenemos despiertos para defender a los muertos de los demonios que quieran llevárselos, pero ayer ningún diablo se hubiera atrevido a dejar el fuego del infierno por los témpanos que nacían de corazones desamparados.

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