sábado, 31 de julio de 2010

He recordado mi primer entierro, la primera vez que tuve que decir lo siento, la primera vez que vi a un amigo llorar porque alguien había desaparecido. Intenté apoyarlo pero no lo comprendía.
He recordado mi primer entierro, ese que de verdad era mío porque de verdad yo había perdido, ese en el que las palabras de consuelo te suenan a murmullo y las lágrimas dibujan los primeros surcos de la cara.
Ayer aprendí que empezamos a crecer cuando nos enamoramos, pero no somos adultos hasta que, de repente, algo nos arranca a alguien y sabemos de pronto que el tiempo no es infinito.

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