lunes, 28 de septiembre de 2009

Benvenutta Roma.

Tres días solamente. Tres días para aterrizar en la magna Italia, en la ciudad eterna.
Hace diez años que no atravieso las fronteras, que no me sienta extranjera, que no lo soy de verdad.
Me resulta extraña la idea de ver las obras que estudiaba de pequeña en historia del arte. Suspendí ese examen en selectividad, fue el único que suspendí. Se me da mejor contemplar el arte que hablar de él.
Eugenia no para de repetirme que la grandeza de Roma va a extasiarme, temo al síndrome de Stendhal. No sé si en mi cabeza puede caber tanta belleza. Quizás sí, pero en pequeñas dosis.
Aún no he hecho la maleta, no sé que he de meter. La ropa para ocho días es mucha, procuraré no mancharme, los vaqueros combinan con todo. Un sombrero para el sol, para soportar la cola que rodea al Vaticano. Las gafas, en plural, las de ver y las de sol, las de noche y las de día. La libreta, no levo el portátil, necesito un cuaderno de bitácoras dónde escribir. Bolígrafos, el que usaré y el de repuesto, o uno sólo y ya compraré allí otro. Zapatos cómodos para recorrer distancias que aún no comprendo. Un par de chaquetas para el frío que no conozco. El ipod, para poner banda sonora. La cámara de fotos, para poner imágenes... Dudo que me quepa todo en una sola maleta.

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