martes, 10 de marzo de 2009

Un papel

Un papel en una pared. Sólo un papel. Para la mayoría no significaría nada. Para la mayoría. Eloísa no pertenecía a esa mayoría. Eloísa era capaz de ver mas allá de las letras amontonadas unas con otras. Eloísa leía sentimientos en las palabras, saboreaba los sonidos de las grafías, era capaz de tocar el corazón del aficionado escritor.

Eloísa estaba ciega aquel día, Eloísa no veía el sol que se tornaba rosado tras el azul al atardecer, Eloísa necesitaba un espejo para ser consciente del brillo que desprendían sus ojos. Se sentía culpable. Decía palabras inconexas acerca de la pérdida de la magia, de la ilusión; no era capaz de reconocerse, ya no se sentía como esa jovencita que yo había conocido años atrás, esa que me hacía escribir mala poesía, esa que disfrutaba con un café y una sonrisa. Ella no se sentía así, pero yo seguía viéndola tal cual: pequeña, menuda, con la fuerza de volcanes que sepultan países, de terremotos que zarandean el planeta, dispuesta a arriesgar, a cometer locuras que hicieran reír a esa mínima parte del mundo que tenían la fortuna de rodearla.

Le volví la espalda, no podía seguir mirando sus ojos llorosos, no podía soportar las ganas de consolarla como si fuera una hermana pequeña que debía cuidar. La impotencia era un dolor demasiado fuerte que empezaba a corroerme.

El cristal empañado de la enorme ventana que tenía al frente me devolvió su imagen estática frente a la pared. Leía un papel, sólo un papel que yo había pegado a la pared pero que no había escrito, un papel escrito por alguien que rara vez expresaba sus sentimientos, un papel escrito por alguien a quien Eloísa no sólo quería sino que además admiraba.

Ese papel devolvió a Eloísa el hechizo de hacerla parecer enorme y sagrada sin la necesidad de subir a un escenario. La vi ante mis ojos convertirse en la sacerdotisa de una antigua religión con ritos ancestrales, la vi transformarse en reina y princesa, en mito y en leyenda. Eloísa durante unos segundos fue todas las cosas pasadas y las futuras. Fue el Etna que acabó con Pompeya, el maremoto que se tragó la Atlantida, las piedras que permanecen en stonhege, las pirámides que retan al sol, los castillos feudales, la gioconda y Amstrong caminando en la luna. Sólo Eloísa podía sentir el amor en un papel, sólo un papel podía devolver a Eloísa la magia y la fe en aquellas cosas que se escapan de las manos y se apresan en el aliento.

Al final, como se dice en el teatro, todo se arregla por sí solo; finalmente, como soñé, todo tiene solución. Quizás, haya que aprender a aceptar, quizás aceptar sea el único camino.

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